En el corazón de la economía boliviana, el dólar vuelve a dar señales claras de que la estabilidad monetaria no es, por ahora, más que una aspiración. Este martes 3 de junio, la divisa estadounidense se cotiza en el mercado informal a 6,86 bolivianos, un salto del 2,11% respecto al valor de ayer (6,72 Bs). En apenas una semana, el incremento ha sido del 1,85%, mientras que en el último año el dólar se ha revalorizado un 2,02% frente al boliviano.
Este comportamiento revela algo más profundo que una simple fluctuación: estamos ante una economía que ha entrado en una fase crítica de incertidumbre cambiaria, donde la percepción social, la especulación y la política juegan roles tanto o más importantes que los fundamentos macroeconómicos.
Mientras el Banco Central de Bolivia (BCB) sostiene un tipo de cambio oficial (6,96 Bs venta y 6,86 Bs compra), en la calle la historia es otra. Desde mediados de 2023, Bolivia enfrenta una escasez estructural de dólares, lo que ha dado origen a un mercado paralelo donde el billete verde se vende, en algunos casos, hasta al doble de su valor oficial.
La dualidad del tipo de cambio no es solo un síntoma de desequilibrio económico, sino también una expresión tangible del divorcio entre el discurso estatal y la experiencia cotidiana de ciudadanos y empresarios. En este contexto, el dólar se convierte en un termómetro social más que en una simple herramienta financiera.
Detrás de la tensión cambiaria hay una serie de factores políticos mal resueltos. La fractura dentro del Movimiento al Socialismo (MAS), con Luis Arce enfrentado a Evo Morales, ha dejado al país en un estado de parálisis institucional que frena decisiones económicas clave. En medio de bloqueos, escasez de combustibles y una caída en las reservas internacionales, el dólar se ha convertido en una válvula de escape para el miedo ciudadano.
La inflación acumulada de 9,97% al cierre de 2024 —la más alta en 16 años— no solo desnudó la fragilidad del modelo económico del «Estado fuerte», sino que puso en tela de juicio su sostenibilidad. La sequía, los conflictos sociales y los bloqueos impulsados por el ala evista han agravado el problema. Para 2025, el gobierno proyecta una inflación del 7,5%, pero organismos internacionales son más escépticos.
Mientras el Banco Mundial pronostica para este 2025 un crecimiento económico de apenas 1,5%, el gobierno boliviano sostiene un optimismo calculado con una previsión de 3,51%. Este desfase entre los números del Estado y los de las entidades multilaterales refleja una pugna más ideológica que técnica.
En definitiva, el dólar hoy no solo sube como consecuencia de factores externos, como la guerra comercial entre Estados Unidos, China y la Unión Europea. También sube porque Bolivia vive una crisis de confianza interna, donde la economía se ha vuelto rehén de las disputas políticas y la incertidumbre institucional.
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